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Mo Yan, La República del Vino, Kailas, Madrid, 2010. Traducción: Cora Tiedra |
Hay un rumor que corre por ahí sobre una mujer que trabajaba
como crítica literaria en Beijing y que escribió un artículo en contra
de las aportaciones de Li Qi a la literatura después de disfrutar
de una agradable comida con él. Lo publicó en un periódico y tres
días después esta crítica literaria fue raptada por los hombres
de Li Qi y la llevaron a Tailandia, donde la vendieron como prostituta.
Mo Yan, La República del vino, p. 81.
La República del Vino comienza como una novela policíaca: el inspector Ding Gou’er se dirige a la Tierra del vino y los licores, famosa por la excelencia de sus bebidas alcohólicas y por su exuberante cocina, para desenmascarar a una banda de gastrónomos que, según algunos indicios, podría estar aderezando sus suculentos festines con carne de niño. Desde las primeras páginas advertimos que el inspector es un absoluto inútil con serios problemas para controlar tanto su pistola como sus torpes arrebatos. Apenas llega al lugar del presunto delito, las máximas autoridades le reciben con un pantagruélico banquete acompañado de discursos y de una sucesión interminable de brindis que acaban por ahogar al inspector en un mar de vómitos y alcohol. Ya no se recuperará de la monumental cogorza hasta el final de la novela y, a partir de este momento, la trama que presuponíamos policíaca se convierte en una mascarada grotesca y sin rumbo, en un gran guiñol por el que arrastran su borrachera una serie de personajes a cuál más excéntrico: una camionera con aires de Mata-Hari por la que el inspector pierde la cabeza y todas sus pertenencias; el bebedor sin fondo Diamante Jin; un enano propietario de una taberna que, además de manjares como genitales de burro, ofrece a sus clientes sustanciosas orgías, etc.
Este relato policíaco degenerado en tablado de marionetas macabras es, en realidad, el borrador de una novela titulada también La República del Vino, a cuyo vacilante proceso de escritura asistimos gracias al intercambio epistolar entre su autor, Mo Yan, y un rendido admirador y aprendiz de escritor. El aprendiz adjunta en cada una de sus cartas un relato ambientado en su tierra natal, la Tierra del vino y los licores, con la esperanza de que el consagrado Mo Yan le ayude a publicar en la revista Literatura para ciudadanos. Mo Yan, al mismo tiempo que da amables largas al joven, se apropia de sus relatos y los convierte en el hilo argumental de La República del Vino. Tres son, pues, los ejes que vertebran la obra: una fantasmagoría policíaca semiplagiada; la correspondencia entre un escritor consagrado y un escritor novel; y los relatos, ocho en total, escritos por este último. Todos ellos convergen cuando el propio Mo Yan viaja a la Tierra del vino y los licores en el último capítulo de la novela; un Mo Yan desdoblado que, por una parte es el narrador homodiegético del banquete que cierra la farsa; por otra, es un personaje más con el que su homónimo narrador se ensaña hasta hacerle terminar de la misma y patética manera que el inspector Ding Gou’er: por los suelos y con un coma etílico rematado con un homenaje tabernario al monólogo final de Molly Bloom en el Ulises.
Aunque Mo Yan ha frecuentado la sátira y ha explorado las costumbres atávicas, a menudo brutales, de la China rural en muchas de sus novelas, el sarcasmo, la truculencia, la bilis que salpica las páginas de La República del Vino, no tienen parangón en toda su obra. Publicada en español por la editorial Kailas a finales del 2010 y traducida -sospecho que con prisa- no del chino, sino de la versión inglesa de Howard Goldblatt (Arcade Publishing, 2000), La República del Vino, en chino Jiuguo 酒国, literalmente El país del alcohol, es quizá el fruto amargo de una serie de circunstancias que no convendría obviar. En una conversación con Noël Dutrait, traductor de la novela al francés, Mo Yan revelaba lo siguiente:
Comencé a escribir La República del Vino en julio de 1989. Estaba enfermo, tenía hemorroides y me vi obligado a escribirla en cuclillas. Nadie ignora lo que ocurrió en China en aquellos días...
Todo este hedor escatológico va directo a la yugular de la China oficial y de su representación idealizada. La obsesión por el alcohol y por manjares refinados hasta lo demencial son aquí el espejo cóncavo de la glotonería de las clases dirigentes, de una estructura social y política caníbal, de una realidad sólo comprensible desde la ebriedad:
¡El vino y el licor son el lubricante de la maquinaria del Estado; sin ellos, la maquinaria no puede funcionar con suavidad! (p. 233)
Los ciudadanos ahora viven cómodamente, están de camino a un cierto bienestar y sueñan con el día en que puedan considerarse ricos. ¿Qué se entiende -se preguntarán- por «rico»? «Comunismo», justo eso. Ahora que han leído hasta aquí, queridos lectores, pueden entender por qué el Comité del Partido municipal y el gobierno han construido una cuba enorme y un tonel. (p. 397)
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Drunken master o El mono borracho en el ojo del tigre |
La renovación radical de la literatura china que varios autores protagonizan en los años ochenta pasa, en el caso de Mo Yan, por la exploración formal ya mencionada y, sobre todo, por una reivindicación de las tradiciones que el estéril realismo socialista había asfixiado durante décadas: el imaginario de la China rural, la literatura y el arte están poblados de leyendas y fantasmas que en La República del Vino se manifiestan después de un largo silencio. Por ejemplo, un mundo muy afín al de la fantasmagoría de la Tierra del vino y los licores lo encontramos en Luo Ping, el originalísimo pintor de fantasmas del siglo XVIII.
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Fantasmas. Luo Ping (1733-1799) |
Tendré que leerla. Me has dejado con la curiosidad de saber si comen o no comen niños. ;-) Un saludo
ResponderEliminarRicardo B.
Hola Ricardo, no te lo voy a decir ;-) Léetela. Además tienes la suerte de estar en Bruselas y poder leer la traducción francesa que, según dicen, está muy bien.
ResponderEliminarUn abrazo
Es un libro que atrapa y no te deja escapar hasta que lo termines, se necesita tener un estomago fuerte para no devolver todo.
ResponderEliminarEs un libro que atrapa y no te deja escapar hasta que lo termines, se necesita tener un estomago fuerte para no devolver todo.
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