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Pu Songling, Cuentos de Liao Zhai, Alianza, Madrid, 2004 Traducción: Laura A. Rovetta y Laureano Ramírez
Uno de los grandes clásicos de la literatura fantástica china es Pu Songling 蒲松齡(1640-1715), autor de los célebres Cuentos de Liao Zhai, también conocidos como Cuentos extraordinarios de tertulia. Quizá a muchos les resulte familiar la obra de Pu Songling gracias a las innumerables - y muy desiguales- adaptaciones cinematográficas de sus relatos. Cito sólo tres de las más populares: Una historia china de fantasmas (y sus secuelas), A touch of zen y Painted Skin.
Con los Cuentos de Liao Zhai inauguramos en este blog una sección dedicada a ese inmenso legado de espectros y seres sobrenaturales que, desde la antigüedad, han formado parte de la vida cotidiana de tantos chinos y que tan presentes están en su literatura. No podía ser de otra manera en un país cuya religión más arraigada y transversal es el culto a los antepasados, como nos recuerdan aún los millones de chinos que esta semana celebran con ofrendas y sacrificios el Qingming, la festividad de los difuntos. Confucio nos previno: «Respeta a los fantasmas y a los dioses, pero mantente alejado de ellos». Lamentando desobedecer al maestro, en próximas entradas nos aproximaremos a algunas manifestaciones de lo sobrenatural en la literatura china. Hoy, como aperitivo inaugural de esta sección, y como invitación a la lectura del resto de los Cuentos de Liao Zhai, nos quedamos con uno de los más redondos y sugerentes relatos de Pu Songling: El mural. |
Meng Longtan era de la provincia de Jiangxi y vivía en la capital con un letrado que se llamaba Zhu. Un día, paseando por las afueras de la ciudad, llegaron hasta un monasterio. No se veían allí espaciosos salones de meditación, sino sólo un viejo bonzo medio desnudo que, al divisar a los visitantes, se arregló la ropa y salió a recibirlos, mostrándoles a continuación todo lo que había en el templo digno de ver.
Había sobre el altar una imagen de Zhi Gong, y en las paredes maravillosos frescos de hombres y animales representados con tanto verismo que parecían seres animados. En el muro oriental estaban pintadas varias hadas, entre las que destacaba una joven con trenzas de doncella que estaba recogiendo flores y sonreía amigablemente. Tenía una mirada vívida y chispeante y a sus labios de cereza sólo les faltaba hablar.
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16 visualizaciones de la Reina Vaidehi Pintura mural. Gruta 45. Capillas de Mogao. Siglo VIII |
Lo mismo ocurrió en los dos días siguientes, hasta que las compañeras de ella descubrieron el juego.
-¡Ya eres toda una mujer! -le dijeron a la joven entre risas-.¡No puedes seguir haciéndote ese peinado de soltera!.
En seguida le dieron las horquillas y los ornamentos de cabeza apropiados y la obligaron a cambiarse de peinado. Ella, en medio de su sonrojo, no acertaba a decir palabra.
-¡Hermanas!- gritó una de ellas-¡Aquí estamos de más! ¡Dejemos sola a la pareja!
Todas rieron de nuevo y se marcharon. El letrado estaba fascinado con el nuevo peinado y, viendo que no había nadie delante, la tomó de la mano y la llevó a la cama. El olor a orquídea y a almizcle le embargaba el corazón y su alegría no tenía fin.
Pero, estando en esto, oyeron gran estrépito de pasos y cadenas y una voz ronca y salvaje de hombre enfurecido. Los amantes, muertos de miedo, escudriñaron por una rendija y vieron a un hombre de cara negra como el carbón, cubierto con una armadura dorada y armado de látigos y cadenas. Estaba imprecando a las demás mujeres.
-¿Estáis todas aquí?
-¡Sí, todas!
-Si tenéis escondido a algún mortal, decídmelo en seguida y os ahorraréis el castigo.
Las hadas dijeron que no había ningún mortal entre ellas y el hombre comenzó a buscar por el lugar.
-¡Rápido, escóndete debajo de la cama! - le dijo aterrorizada y con cara de color ceniza la joven, que abrió al punto una puertecilla que había en el muro y desapareció.
El letrado apenas se atrevía a respirar. Sólo habían transcurrido unos momentos cuando oyó pisadas de botas que entraban en la habitación y luego volvían a salir, y al poco tiempo sintió que las voces se iban desvaneciendo en la distancia. Pero antes de que pudiera tranquilizarse volvió a oír ruido de voces acaloradas que iban y venían desde el otro lado de la puerta, lo que le obligó a seguir encogido donde estaba, debajo de la cama. Con el paso del tiempo, los oídos le zumbaban como si tuviera dentro una legión de chicharras y los ojos le ardían como tizones. Aunque la postura en que estaba le resultaba insoportable, permaneció sin atreverse a mover un dedo esperando el retorno de la joven y sin pararse a pensar por qué se encontraba en semejante situación.
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Fresco. Dinastía Tang. 710 |
-Ha ido a escuchar la Ley- le respondió.
-¿Adónde? -preguntó Meng.
-No muy lejos -fue la respuesta.
El viejo bonzo golpeó la pared con los nudillos y gritó:
-¡Amigo Zhu! ¿Por qué tardas tanto?
En seguida apareció pintada en la pared la figura del letrado, con las orejas tiesas en actitud de escucha.
-¡Hace rato que tu amigo te está esperando!- añadió el bonzo.
El letrado bajó del muro. Estaba rígido como un bloque de madera, tenía los ojos desorbitados del miedo y las piernas le temblaban como un flan. El amigo le preguntó qué le ocurría. Lo que ocurría era que, estando escondido debajo de la cama, había oído un ruido semejante al trueno y se había lanzado afuera.
En ese instante los dos amigos advirtieron que la joven de trenzas del mural estaba ahora peinada como una mujer casada. El letrado Zhu, muy sorprendido, le preguntó al viejo bonzo la causa.
-Las visiones se originan en la imaginación del que las crea -contestó, sonriendo-.¿Qué otra explicación puedo darte?
Como la respuesta no convenció nada al letrado, y menos a su amigo, que tampoco las tenía todas consigo, ambos enfilaron las escaleras y se alejaron del templo a toda prisa.
Como ya viene siendo costumbre en este blog, un epílogo musical:
Como ya viene siendo costumbre en este blog, un epílogo musical: