28 feb 2011

El imperio del deseo. Historia de la sexualidad en China

Liu Dalin, El imperio del deseo. Historia de la sexualidad en China, Alianza, Madrid, 2010
Traducción: Gabriel García Noblejas



Observen esta foto con atención: el de la bufanda rosa es un pene venerado durante siglos por una etnia aborigen de Taiwan; el señor de gafas y camisa blanca es el profesor Liu Dalin, el más insigne erotómano de la China posmaoísta y autor del libro que hoy nos ocupa. Nacido en la disoluta Shanghai de los años treinta, Liu Dalin, tras la victoria de Mao y la proclamación de la República Popular en  1949, interrumpe sus estudios universitarios y se enrola en el ejército. Veinte años más tarde, cuelga el uniforme militar y comienza a trabajar como obrero en una fábrica. En pocas palabras: un camarada ejemplar, lo que en un régimen puritano que consideraba el amor una vieja costumbre feudal o un síntoma de contaminación capitalista, viene a significar que sus penurias sexuales fueron mayúsculas, como podemos leer en esta entrevista. Esta es sólo la primera parte de una edificante historia cuyo punto de inflexión llega el día en el que Liu Dalin, a los cincuenta años, con Deng Xiaoping ya al timón,  logra el puesto de redactor en una revista de sociología de la Universidad de Shanghai y se consagra con fervor al estudio de una disciplina que, en la China de entonces, parecía casi una rama de la metafísica: la vida sexual de los chinos.
Durante los años ochenta y noventa, Liu Dalin desafíó muchos viejos tabúes al convertirse en el pionero de la sexología china. Estudió, impartió cursos y conferencias; escribió libros, artículos; fue director de un instituto de investigaciones sociológicas sobre la sexualidad en Shanghai; recorrió el país de norte a sur y de este a oeste para tratar de averiguar qué ocurría en las alcobas de sus compatriotas, entrevistó a veintitrés mil parejas. El New York Times se hizo eco de tan titánica labor investigadora en este artículo de 1991.

Una conferencia de Liu Dalin
Una de las facetas que han hecho célebre a  Liu Dalin es la de coleccionista. Posee una colección de más de cuatro mil objetos eróticos, muchos los cuales están expuestos al público en el encantador Museo de la Cultura del  Sexo en China, que él mismo logró fundar en Tongli después de no pocas peripecias. Mientras su ciudad natal, la cercana Shanghai, vuelve a exhibir la lencería que  le valiera  el sobrenombre de la puta de Oriente, Liu Dalin disfruta de su jubilación en su museo. Allí pasa la mayor parte del tiempo escribiendo entre penes de porcelana, vaginas de jade, consoladores de la dinastía Han y lujurias de seda. 
Hubo una China menos pudibunda que vivió sin censuras un erotismo libre y gozoso. Conviene mirar atrás, rendir culto al sexo de los antepasados y aprender algo de sus artes amatorias: este parece ser el mensaje - y el lamento por tantos besos caídos por la patria y por Mao- que quiere transmitir Liu Dalin a sus contemporáneos chinos. Ese es también el objetivo de su libro El imperio del deseo. Historia de la sexualidad en China. Antes de abrirlo, veamos algunas de las joyas del Museo del Sexo.



















Xìng, sexo en chino
Cuenta Liu Dalin que cuando, a principios de la década pasada, organizó su primera exposición sobre la historia del sexo en una galería de Shanghai, recibió la visita de unos policías indignados, no con el contenido de la muestra, sino con una de las palabras del rótulo que la publicitaba en el exterior: 性xìng (sexo). A nadie incomodaba el escueto vestuario de la señorita que anunciaba un perfume en la fachada de enfrente y, aún menos, el trajín de una dudosa casa de masajes colindante. Lo único que urgía eliminar de la vía pública era esa palabra intolerable: xìng. Liu Dalin se vio obligado a cambiar el título de la exposición, que pasó a llamarse Cultura en la antigua China. Un título tan anodino funcionó mal como reclamo y Liu decidió cambiarlo de nuevo para atraer más visitantes. El nuevo título, Cultura de la reproducción en la antigua China, tampoco entusiasmó a las autoridades, que no tardaron en hacer acto de presencia. Al final, se optó por una diplomática solución que satisfizo a todos: colgar el rótulo invertido.

De esta anécdota se pueden extraer múltiples conclusiones. Que cada cual la interprete como quiera. La he introducido simplemente para recordar que el membrete censurado en China, además de una infalible técnica de marketing que asegura el éxito de tantos productos culturales chinos en Occidente, suele esconder una compleja gama de matices que , aunque puedan resultarnos a veces cómicos, kafkianos o incomprensibles, van más allá de la estupidez o el capricho de unos policías, como pone de manifiesto El imperio del deseo, obra pensada para un público chino y publicada en China. No creo que existan muchos países que superen a China en calidad y cantidad de literatura y arte erótico. Pero lo cierto es que todos conocemos el Kamasutra hindú, el Breviario árabe del amor o incluso las estampas eróticas japonesas mucho mejor que sus equivalentes chinos. La obra de Liu Dalin nos ofrece algunas claves para entender este silencio -moralismo manchú, confuciano y maoísta- y nos invita a un ameno recorrido por varios milenios de erotismo. Entre los muchos alicientes del libro destacaría la jugosa antología de textos eróticos -muchos de ellos inéditos en Occidente- extraídos de la literatura china, así como una también inédita y amplia selección de ilustraciones.
Con el culto a la fertilidad y las sociedades matriarcales de la China arcaica como punto de partida, Liu Dalin se adentra con rigor en las alcobas de sus ancestros y explora las drogas del amor, los muy sofisticados juguetes sexuales, las parafilias, la prostitución, la educación sexual, la opresión de la mujer, la homosexualidad y otros muchos aspectos tan sorprendentes y característicos de la sociedad china tradicional como el papel de los eunucos o esa obsesión de los varones por los pies femeninos que condenó a tantas mujeres a la tortura de los pies vendados.

Hombre jugando con flor de loto (pie vendado)
Imagen de álbum erótico  (dinastía Ming).
La sexualidad en China está muy ligada, además de al placer y a la reproducción, a toda una serie de concepciones médicas y cosmológicas. Veamos un ejemplo extraído del Manual de la muchacha cándida, un tratado de medicina del siglo I de nuestra era:




El Emperador Amarillo le preguntó a la Muchacha Cándida: si nos abstuviésemos de mantener relaciones sexuales durante un largo período de tiempo, ¿qué pasaría? Es inconcebible, contestó ella. El Cielo y la Tierra engendran el mundo, el Yin y el Yang despliegan su acción transformadora y el hombre se adapta a ello siguiendo el paso de las cuatro estaciones. Si el hombre no mantuviese relaciones sexuales, su espíritu y su fuerza no podrían desarrollarse y el Yin y el Yang, que se encuentran en su interior, se obstruirían. ¿Cómo podría el hombre, entonces, reforzar y renovar su fuerza vital para regenerarse?

Entre las referencias bibliográficas de El imperio del deseo, abundan los manuales taoístas que consideran el acto sexual más una terapia que una práctica voluptuosa. Mediante el aprendizaje de una serie de técnicas respiratorias, dietéticas, meditativas y sexuales, los amantes podrían reproducir la unión del Yin y el Yang y fundirse en la unidad del cosmos. Cada postura del coito tenía un nombre y solía estar relacionada con un determinado beneficio para la salud. Confieso una especial debilidad por uno de estos manuales taoístas, El maestro de la penetración del misterio, que menciona hasta treinta métodos de copulación  que resultarán familiares a los fans de Jackie Chan: la postura del dragón que serpentea, la del rodaballo, la del martín pescador; sin olvidarnos de otros manuales que ensalzan las virtudes de la postura del conejo que lame su pelo, la de las grullas con los cuellos entrelazados, la cabrita que golpea sus cuernos o la del ataque del mono.

A veces sorprende -aunque yo lo agradezco- el tono neutro, casi médico con el que Liu Dalin transita sin pestañear de lo más tierno a lo más escabroso; de un poemita ingenuo a la necrofilia o la zoofilia; de la libertad sexual de las dinastías Han y Tang o de las técnicas para controlar la eyaculación a la mojigatería manchú. Inmersos en el presente hasta la ceguera, resulta muy refrescante este viaje a un pasado chino no tan conocido ni traducido que nos ofrece sorpresas como las bodas entre homosexuales en la Fujian del siglo XVII, los caballeros andantes desfacedores de entuertos y enamorados de jovencitos o las prostitutas representadas en los templos bajo la apariencia de bodhisattvas. El único pero que le pondría al libro es que se trate de una traducción del francés y no del original chino. Terminaremos con los impagables consejos sexuales que nos dejó el maestro taoísta Tao Hongjing entre los siglos V y VI:




Para todo acto sexual conviene elegir un día agradable y soleado acompañado de una suave brisa. El hombre empezará controlando su respiración con el objetivo de no eyacular durante el coito y, cuando la mujer esté a punto de alcanzar el orgasmo y una fresca saliva invada su boca, el hombre sabrá que la esencia Yin empieza a circular tanto en la parte superior de su cuerpo como en la parte inferior, donde las secreciones vaginales serán abundantes. En este momento, el hombre tendrá que succionar la lengua de la mujer al mismo tiempo que introduce los dedos por el lateral derecho. Sorprendida y un poco asustada, la mujer secretará un excedente de esencia vital que el hombre se tragará cuanto antes. Simultáneamente, el hombre hundirá su tallo de jade en la vagina de su pareja y absorberá la esencia Yin haciendo que brote como si fuera agua. Se trata de un proceso maravilloso y misterioso. La esencia vital bebida directamente de la boca de la mujer se llama « agua del lago celeste» ; la ingerida succionando los pechos, « licor del cielo anterior» ; y la absorbida de la vagina lleva el nombre de « licor del cielo posterior» . El hombre que absorba los licores del « cielo anterior» y del « cielo posterior» será presa de una sensación de ebriedad.¡Estas palabras no están desprovistas de sentido! El hombre usará este método para absorber la esencia Yin de la mujer tres veces. Y si no se segrega esta esencia, el hombre esperará a que su pareja alcance el orgasmo para succionarle la lengua de forma insistente. En ese momento, retirará su tallo de jade al tiempo que contrae su ano como cuando quiere retener sus excrementos. Su verga estará rígida y la esencia Yin de la mujer circulará sin demora. Este método es secreto y muy eficiente. No se puede transmitir a la ligera a cualquier persona. ¡Os pido que seáis muy prudentes!


Y de regalo, más fotos  y un enlace al documental  Revolución sexual china:


Montaña del Tigre y del Dragón, Jiangxi
Acantilado de la mujer de gran pudor



Costumbres sexuales de minorías étnicas. Acrobáticas
posturas sobre un caballo. Álbum erótico (dinastía Qing)


Amor entre dos muchachas. Del album erótico
Placeres compartidos (dinastía Qing)
 
Escena de prostíbulo
Joven actor y joven hombre de letras. Dinastía Qing


Voyeurismo




Placeres del coito

Damas compran juguetes eróticos en el mercado

¡Niño, cállate!

Amores sáficos. Álbum erótico
 
Este es el parque temático del sexo que nunca llegó a
abrir sus puertas en Chongqing. Más que con las fotos
anteriores, tiene que ver con el siguiente documental
en el que, por cierto, aparece también Liu Dalin.




17 feb 2011

Wen fu. Prosopoema del arte de la escritura

Lu Ji, Wen fu. Prosopoema del arte de la escritura, Cátedra, Madrid, 2010
Edición y traducción de Pilar González España



 Volvemos a acercarnos a la China del siglo III de nuestra era con el Wen fu (文赋), obra fundamental de la crítica literaria china y poema de rara belleza. Su autor, Lu Ji 陆机(261-303), general del ejército y hombre de Estado, alternó las intrigas y batallas de su vida oficial con largos períodos de retiro dedicados a la literatura. Aquellas le hicieron formar parte del selecto club de escritores chinos condenados al patíbulo; la literatura, sobre todo el Wen fu, le concedió la gloria póstuma y la condición de clásico del pensamiento literario chino. Desde que la editorial Cátedra lo añadiera el año pasado a ese catálogo de libros blancos con el que muchos hemos crecido, podemos disfrutarlo en español gracias a la traducción, tan rigurosa como sugestiva, de Pilar González España, poeta, profesora de Literatura y Pensamiento del Asia Oriental en la UAM y traductora bien conocida por los amantes de la poesía china. A ella le debemos dos obras muy recomendables: Poemas del río Wang, de Wang Wei (Trotta, 2004), finalista del Premio Nacional de Traducción 2005, y la Poesía completa de Li Qingzhao, probablemente la poeta más célebre de la literatura china (Ed. del Oriente y del Mediterráneo, 2010).


El Wen fu es un poema sobre el poema, sobre el misterio de la escritura, sobre la búsqueda de la palabra precisa y necesaria; la palabra entendida como fuerza cósmica capaz de fluir, de ser el curso mismo de las cosas y no un mero instrumento para evocarlo; la palabra como camino y destino, como exploración y como comunión con el mundo. Mientras leía el Wen fu, recordaba la hermosa etimología de una de las palabras más comunes de la lengua china: zhīdao(知道), que significa saber, conocer. El segundo carácter es el mismo dào de daoísmo o taoísmo, es decir, el camino, el curso. El primero, está formado por el radical de flecha, shǐ (矢), y por el de boca, kǒu(口): el camino, la flecha y la boca. Conocer sería, pues, el camino que debe recorrer la palabra hasta dar en el blanco. El conocimiento -en este caso, el conocimiento poético- sólo puede ser preciso, certero como una flecha. El camino que Lu Ji nos invita a recorrer es arduo, pero sus pautas pueden servir de guía a todos los que vivimos rodeados y perdidos entre palabras usadas, cada vez más vacías de contenido. «Conocer las grandes obras del pasado, seguir el fluir de las estaciones y celebrar las cosas del mundo» son algunas de las sugerencias que, a modo de aviso para caminantes, nos encontramos en los primeros versos del Wen fu.

Ping Fu Tie. Caligrafía de Lu Ji. Colección del Museo del Palacio Imperial (故宫博物院), Pekín.



 Conviene recordar que el Wen fu vio la luz en un siglo de gran ebullición intelectual en China. La poética de Lu Ji no es ajena a los debates de su tiempo. Podemos rastrear en ella la influencia de las doctrinas neotaoístas de algunos contemporáneos suyos como Ge Hong o Wang Bi. Los comentarios y notas de Pilar González España resultan siempre iluminadores al respecto y son fruto de un minucioso manejo tanto de fuentes y ediciones originales, como de comentarios, interpretaciones y traducciones pertenecientes a distintas épocas. Quienes lean el poema con un ojo puesto en la traducción y otro en el original chino, agradecerán las notas en las que se nos llama la atención sobre las dificultades prosódicas y semánticas del poema, así como sobre  las decisiones que la traductora ha tomado para solventarlas.

No obstante lo dicho hasta aquí, el Wen fu no tiene por qué resultar abstruso a quienes estén menos familiarizados con el pensamiento chino, y ello, en gran parte, es otro mérito que debemos apuntarle a su traductora. Creo que basta con acercarse sin miedo ni reverencias al poema de Lu Ji para descubrir su universalidad y la sorprendente vigencia de su contenido. Por ejemplo, al leer los siguientes versos uno tiende a pensar que los chinos, entre otros inventos milenarios, deberían apuntarse el de los suplementos literarios de los periódicos. Parece ser que, ya en el siglo III, descubrían cada semana una nueva e imprescindible obra maestra:

En este mundo parecen proliferar las
obras consideradas maestras, pero yo, sin
embargo, puedo contarlas con los dedos
de una mano.
Aquí o en Pekín, en el siglo III o en el XXI, con pincel o con teclado, las dudas del escritor ante su propio talento, la insatisfacción con respecto a su obra son una constante:


Y siempre, al concluir una obra,
 se instala en mí un pesar. ¿Cómo podría
 sentirme orgulloso y satisfecho?
 Me aterra pensar que mi música suena
 igual que una olla de barro percutida y
 ser burla y escarnio del repicar del jade.

De nuevo la imagen de la flecha, esta vez para advertirnos sobre ese espejismo al que tantas veces llamamos originalidad:

Puede ser que la flecha haya alcanzado
 tu corazón, pero también hirió a otros
 antes que a ti. 




Lu Ji

Lu Ji también previene contra la escritura pomposa y superficial, contra el texto hueco, sin yi(意), sin significación alguna, sin rumbo. Resultan muy orientadoras las notas de Pilar González España con respecto a ciertos términos claves de difícil definición como yi (意), « la significación unificadora hacia donde el texto debe apuntar, pero que está fuera de él y más allá del mismo».

Quizás el lenguaje sea exuberante y
rica su estructura, pero, conceptualmente,
el texto carezca de objetivos.

No se olvida Lu Ji de ese debate cotidiano de todo escritor entre lo que vale la pena conservar y lo que no merece mejor destino que la basura o las llamas.

Hay que sopesar cada logro con una
balanza de precisión. Y decidir con la extrema
agudeza del más fino cabello, si
algo se rechaza o se retiene.

La palabra inspiración ha caído en desgracia hasta entre los poetastros pesados que dan la brasa en las facultades de letras. Sin embargo, las imágenes que utiliza Lu Ji para hablarnos de ese momento que precede a la escritura no nos remiten a ninguna musa sublime, sino que hablan más bien de un estado armónico alcanzado tras un largo aprendizaje. Así define la inspiración:

Es como un encuentro entre estímulo
y respuesta, un pasaje entre el fluir
y el detenerse.

Lu Ji repasa los géneros literarios de su tiempo; nos advierte sobre los errores más frecuentes en que suelen caer los escritores primerizos; insiste en la importancia de la lectura y del conocimiento profundo de la tradición literaria y, sobre todo,  en la necesidad de que el escritor no se aleje del fluir del mundo y de la vida.

Así es el comienzo: se interioriza la visión,
se adentran los sonidos. Se demora
el pensamiento y todo se interroga.
(...)
A la deriva, entre cielos y abismos, te
dejarás llevar por la gran corriente,
bañándote en las aguas del manantial,
internándote en su profunda hondura.
Y esas frases sumergidas que se esconden
y se agitan, serán como peces inquietos
que, mordiendo el anzuelo, emergerán
desde el fondo más insondable.



Como vemos, no hace falta ser sinólogo para comprender un texto que habla sobre todo de esa necesidad humana misteriosa, quizá básica, que es la escritura. Eso sí, esta edición ofrece algunos alicientes a quienes ya tienen un mínimo conocimiento de la lengua china, como el texto original en caracteres tanto clásicos como simplificados, su correspondiente transcripción en pinyin, así como unas caligrafías de André Kneib. No quisiera terminar sin referirme una vez más al excelente trabajo de Pilar González España. La que la traductora considera su licencia más arriesgada es también, desde mi punto de vista, la más feliz. El original, como es habitual en la poesía china clásica, no especifica el pronombre o el sujeto, por lo tanto, no resulta fácil determinar quién habla y desde dónde nos habla. González España ha optado por «un discurso dirigido a un al que se impulsa, se anima y se corrige». De este modo, el poema adquiere un tono entre íntimo y profético, el Wen fu es, nos dice, «como un secreto que se pasa directamente de maestro a discípulo, de padre a hijo». Confieso que he sentido más de un escalofrío al asistir en silencio y con alevosía a tan fundamental revelación.

I. DISPOSICIONES PREVIAS

Ponte de pie en el único centro, y contempla
la secreta oscuridad. Nutre tu corazón,
tu voluntad, con las grandes obras del pasado.

Sigue el fluir de las estaciones y suspira
por la prisa del tiempo. Celebra las cosas
del mundo, y penetra en su variedad, en
su profusión.

Laméntate de la caída de las hojas en
el profundo otoño. Alégrate del renacer
de las ramas tiernas en la fragante
primavera.

Y temblará solemne tu corazón como
si tuvieras escarcha en el pecho. Y tu anhelo
se perderá en lejanía como si horadara
las nubes.

Alaba la herencia esplendorosa: el legado
de virtud de tus predecesores. Evoca
el suave y cierto aroma del pasado.


Piérdete en la literatura, en su bosque
y su tesoro. Admira las frases más bellas
y su engranaje perfecto.


Y una vez conmovido, turbado, aparta
los libros, y empuña tu instrumento: la
pluma, el pincel. Conviértete entonces,
a ti mismo, y por fin, en palabras.


Para Lu Ji, convertirse en palabras sería  el objetivo último de un escritor. Dejemos que ponga el punto final la escritura hecha cuerpo del Cloud Gate Dance Theatre de Taiwan y esta coreografía dedicada a la caligrafía china.