Como anexo a la entrada anterior, he seleccionado una serie de textos que nos remiten directa o indirectamente al chino de Gautier -o a la China de Gautier-, es decir, no a la China física, sino a la China que el imaginario francés del siglo XIX concibe como una red de signos, como un texto tan afín a las inquietudes estéticas de su tiempo que acaba por convertirse, por un lado, en uno de los lugares privilegiados de la experimentación formal, por otro, en acicate para todo tipo fantasías. Muchos de los arquetipos que todavía perduran con respecto a China -la China enigmática y misteriosa, la China de todos los horrores posibles, la China amenazadora, etc. - cobran forma en esta época.
En 1996, Octavio Paz y el poeta coreano Joung Kwon Tae debaten sobre el Yi Jing o I Ching (易经). Este es un extracto de su conversación:
Custodia, Octavio Paz |
« Joung Kwon Tae: Usted dijo sobre Un coup de dés: “No hay una interpretación final de Un coup de dés porque su palabra última no es una palabra final” Según su comentario, Un coup de dés tiene alguna similitud con la colocación de los signos en el I Ching. (...)¿Cree que Mallarmé tenía algún conocimiento del I Ching antes de escribir su poema Un lance de dados?
Octavio Paz: No, no lo creo. Sin embargo, es muy curioso que el tema de Un coup de dés sea precisamente el azar y lo absoluto. Son las ideas centrales, el eje que mueve a los signos del I Ching. Por un lado se lanzan los dados o las monedas; por el otro, el cielo inmóvil de los signos. Sólo que ese cielo inmóvil es el teatro de un movimiento que se resuelve en la aparición momentánea de un signo, un hexagrama. Al final de Un coup de dés aparece también una constelación momentánea, fija y en movimiento: cuenta total en formación. ¿Identidad o coincidencia entre el azar y el absoluto? Cada minuto es absoluto… por un minuto.
Joung Kwon Tae: Pensé que Mallarmé podía haber conocido el I Ching porque Théophile Gautier fue uno de sus maestros y su hija fue muy amiga de Mallarmé.
Octavio Paz. No se me había ocurrido esta hipótesis. No es descabellada. Sí, Judith Gautier fue la primera traductora moderna de poesía china al francés (Le livre de jade) y sus traducciones, o más bien adaptaciones (tradujo al simbolismo la poesía china), fueron muy estimadas. Influyeron en muchos poetas de aquella época y de muchos países, entre ellos varios modernistas hispanoamericanos. »
(Revista Claves de la Razón Práctica, número 61, abril de 1996, editorial Progresa, Grupo Prisa)
![]() |
Un coup de dés jamais n'abolira le hasard |
Con una célebre tirada de dados, Mallarmé logró desestabilizar a nuestros signos y abrir el paso a las vanguardias del siglo XX. Se ha escrito y hablado mucho sobre la coincidencia entre ciertos elementos de la poesía clásica china y la poética mallarmeana. Enumeremos muy brevemente algunas de estas afinidades:
- Página y poema son la misma cosa; la disposición tipográfica de las palabras y los espacios en blanco forman un todo inseparable. El poema comunica, por tanto, su propia estructura.
- El lector ideal para Mallarmé era alguien con « un espíritu abierto a la comprensión múltiple» . El único lector o traductor posible de un poema en chino clásico es alguien que acepte la multiplicidad de sus significados.
- En una carta a Degas, Mallarmé escribió una de sus frases más citadas: «Con palabras, no con ideas, se hace la poesía.» «La poesía china -dijo años más tarde Henri Michaux- es tan delicada, que jamás hospeda una idea (en el sentido occidental de la palabra).»
- François Cheng ( La escritura poética china, Pre-textos, 2007) nos recuerda que cada palabra, cada carácter - o ideograma- del casi monosilábico chino clásico, contiene en sí una metáfora en potencia, una imagen cargada de connotaciones, un símbolo. Parece el punto de partida perfecto para alcanzar ese mot total, esa palabra total a la que aspiraba Mallarmé.
- La ausencia de pronombres personales es un rasgo muy frecuente en la poesía clásica china. Esta despersonalización facilita la simbosis entre una voz poética ambigua y el universo poetizado. El Mallarmé del coup de dés suprime el yo y casi todos los demás pronombres personales. En una carta a Henri Cazalis, Mallarmé afirma:«Ahora soy impersonal, ya no soy el Stéphane que tú conociste sino una aptitud que tiene el universo espiritual para verse y desarrollarse a través de lo que fue yo.»
- En la compleja sintaxis de Mallarmé y en algunas de sus ambigüedades fonéticas se han observado también ciertas afinidades con la poesía clásica china.
Este poema de juventud de Mallarmé contiene algunos elementos que nos permiten reconocer al poeta de Un coup de dés. Se trata de una miniatura china titulada Epílogo o Cansado del amargo reposo escrita en 1864, un año en el que, con certeza, Mallarmé frecuentaba tanto a Judith Gautier como a Ding Dunling. La traducción es de Javier Sologuren.
Ding Dunling fue también poeta; su única obra conocida son los cuatro poemas que han llegado hasta nosotros a través de las traducciones de Le livre de jade. Propongo ahora una versión de uno de ellos, así como un fragmento del capítulo que Judith Gautier dedicó a la música en su obra En China.
Las de l'amer repos où ma paresse offense Une gloire pour qui jadis j'ai fui l'enfance Adorable des bois de roses sous l'azur Naturel, et plus las sept fois du pacte dur De creuser par veillée une fosse nouvelle Dans le terrain avare et froid de ma cervelle, Fossoyeur sans pitié pour la stérilité, - Que dire à cette Aurore, ô Rêves, visité Par les roses, quand, peur de ses roses livides, Le vaste cimetière unira les trous vides ? -Je veux délaisser l'Art vorace d'un pays Cruel, et, souriant aux reproches vieillis Que me font mes amis, le passé, le génie, Et ma lampe qui sait pourtant mon agonie, Imiter le Chinois au coeur limpide et fin De qui l'extase pure est de peindre la fin Sur ses tasses de neige à la lune ravie D'une bizarre fleur qui parfume sa vie Transparente, la fleur qu'il a sentie, enfant, Au filigrane bleu de l'âme se greffant. Et, la mort telle avec le seul rêve du sage, Serein, je vais choisir un jeune paysage Que je peindrais encor sur les tasses, distrait. Une ligne d'azur mince et pâle serait Un lac, parmi le ciel de porcelaine nue, Un clair croissant perdu par une blanche nue Trempe sa corne calme en la glace des eaux, Non loin de trois grands cils d'émeraude, roseaux. | Cansado del amargo reposo donde ofende mi pereza una gloria por la que huí antaño de la infancia adorable de los bosques de rosas bajo azul natural, cansado siete veces del exigente pacto de cavar por velada nueva fosa en la tierra frígida y avarienta de mi propio cerebro, de la esterilidad cruel sepulturero. -¿Qué decirle a esta Aurora, oh Sueños, visitado por las rosas, con miedo de las lívidas, cuando junte el extenso osario los vacuos agujeros? Renunciar quiero al Arte voraz de un cruel país y sonriente para los caducos reproches que me hacen mis amigos, el pasado y el genio, y mi lámpara que conoce mi agonía, imitar al sutil chino de fino y límpido corazón cuyo albo éxtasis está en pintar el fin,sobre tazas de nieve de una arrobada luna, de una flor peregrina que perfuma su vida transparente, la flor que sintió cuando niño a la azul filigrana del alma injertándosele. Para la muerte como solo sueño del sabio, sereno, escogeré un juvenil paisaje que he de pintar aún, distraído, en las tazas. Un pálido y delgado trazo de azul sería un lago, entre el cielo de nuda porcelana, nítida media luna perdida en blanca nube baña su quieto cuerno en las heladas aguas no lejos de tres juncos, pestañas de esmeralda. |
LA SOMBRA DE LAS HOJAS DEL NARANJO, Ding Dunling
La muchacha, que trabaja todo el día en su alcoba solitaria, se estremece con el sonido
inesperado de una flauta de jade.
E Imagina que escucha la voz de un joven.
A través del papel de las ventanas, la sombra de las hojas del naranjo
acude a sentarse en sus rodillas.
E Imagina que alguien ha rasgado su vestido de seda.
___________________________________________
LA MÚSICA EN CHINA, Judith Gautier
«La música ha sido venerada en China desde la más remota antigüedad; no era considerada un pasatiempo frívolo sino la ciencia de las ciencias, y se le atribuían virtudes singulares. La música era para los chinos un eco de la armonía universal que equilibra el cielo y la tierra; por sí sola, era capaz de guiar y ennoblecer los pensamientos y las acciones de los hombres.
La leyenda cuenta que Fuxi, emperador casi legendario, inventó los primeros instrumentos musicales que, tocados por sus dedos, emitían un sonido celestial. Pero la leyenda cede paso a la historia cuando, bajo el emperador Huangdi, un sabio chino llamado Ling Lun recibió el encargo de fijar las leyes de los sonidos musicales. El sabio se refugió entonces en la soledad de un magnífico bosque de bambú situado cerca del nacimiento del Río Amarillo. Allá meditó y trabajó para lograr establecer de manera decisiva las reglas y los sonidos de la música. Cortó tallos de bambú de diferentes tamaños y determinó la longitud de cada uno de los tubos por medio de unos granos de una especie de grueso mijo negro, muy firmes y semejantes entre ellos. Descubrió que eran necesarios cien granos para colmar el tubo que emitía el sonido considerado fundamental. Ling Lun dividió entonces su progresión en base a múltiplos de diez y, de este modo, inventó el sistema métrico decimal, que fue inmediatamente aplicado a los pesos y a las medidas. Dio el nombre de liu (base, regla, principio) a la nota elegida como fundamental: esta nota corresponde a nuestro FA. El sabio no tardó en descubrir que la octava musical podía dividirse en doce semitonos. Cortó con cuidado doce tubos que reproducían exactamente los doce semitonos y los distribuyó en Yang-liu perfectos y en yn-liu imperfectos. Los Yang-liu corresponden a las notas naturales, los Yn-liu a los sostenidos. Ling Lun fijó a continuación siete modos formados por la reunión de 5 yang y 2 pien, es decir, de 5 tonos y de 2 semitonos: Fa, sol, la, si, do, re, mi, en chino: Kong, Chang, Kio, Pien-tche, Tche, Yu, Pien-kong. Exactamente la misma gama que se utiliza hoy en día.
Pitágoras, dos mil años después de Ling Lun, trató también de determinar la relación entre los tonos por medio de medidas y pesos. Es curioso constatar que , si bien en las conclusiones de Pitágoras se han detectado errores, las del matemático chino siguen siendo inatacables.
Algunos siglos después de Ling Lun, hace sólo cuatro mil quinientos años, el emperador Chun fundó un conservatorio de música, el primero de la historia. Sólo los hijos de príncipes y de las élites aristocráticas eran admitidos como estudiantes.
La dirección del conservatorio fue confiada a un músico de renombre, cuyo nombre no suena tan bien a nuestros oídos como el de Orfeo - se llamaba Kuai- pero que , mucho antes que Orfeo, pudo jactarse de poder domar a las fieras con el encanto de su música y, --cosa más inverosímil incluso en tiempos remotos- de lograr que los políticos se pusieran de acuerdo. »
![]() |
Delmira Agustini (Montevideo, 1886- id, 1914) |
En la entrevista con la que hemos comenzado la entrada, hablaba Octavio Paz de la influencia de las traducciones de Judith Gautier en los modernistas hispanoamericanos. Este fragmento del poema Divagaciones, de Rubén Darío, resulta especialmente ilustrativo:
Como rosa de Oriente me fascinas:
me deleitan la seda, el oro, el raso.
Gautier adoraba a las princesas chinas.
¡Oh bello amor de mil genuflexiones;
torres de kaolín, pies imposibles,
tazas de té, tortugas y dragones,
y verdes arrozales apacibles!
Ámame en chino, en el sonoro chino
de Li-Tai-Pe. Yo igualaré a los sabios
poetas que interpretan el destino;
madrigalizaré junto a tus labios.
Diré que eres más bella que la luna;
que el tesoro del cielo es menos rico
que el tesoro que vela la importuna
caricia de marfil de tu abanico.
_________________________________________________
Los enigmas que vienen de Oriente no sólo derivan en exploraciones lingüísticas y artísticas o en idealizadas evocaciones de la tierra de la seda, los abanicos y la porcelana. En el siglo XIX, y de manera particular en el círculo de amigos de Judith Gautier, comienza a gestarse otro arquetipo del imaginario europeo que en la cultura popular del siglo XX personificaría el insidioso doctor Fu Manchú:
«Imagínese una persona alta, delgada y felina, de hombros altos, cejas shakesperianas y cara de demonio, el cráneo afeitado y unos ojos alargados, magnéticos, verdes como los de un gato. Dótele usted de toda la astucia cruel de la raza oriental pero concentrada en una única inteligencia gigantesca y se hará una idea de quién es el Doctor Fu Manchú.»
El arquetipo del chino astuto y maléfico, maestro en el arte de infligir perversas y sofisticadas torturas, aparece ya en Victor Hugo o en Octave Mirbeau y, pasando por Fu Manchú, llega hasta nuestras leyendas urbanas de chinos que no mueren, de cadáveres en los frigoríficos o de chinos que comen fetos. Baudelaire no estuvo particularmente interesado en China, pero en el poema El reloj de Pequeños poemas en prosa atribuye a los chinos un misterioso poder sobrenatural:
« Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Cierto día, un misionero que se paseaba por un arrabal de Nanking advirtió que se le había olvidado el reloj, y le preguntó a un chiquillo qué hora era.
El chicuelo del Celeste Imperio vaciló al pronto; luego, volviendo sobre sí, contestó: "Voy a decírselo". Pocos instantes después se presentó de nuevo, trayendo un gatazo, y mirándole, como suele decirse, a lo blanco de los ojos, afirmó, sin titubear: " Todavía no son las doce en punto." Y así era en verdad. »
(Traducción de Enrique Díez Canedo)
Muy probablemente, la obra que mejor ilustre esa China virtual, inspiradora de los refinamientos más perversos y las más macabras voluptuosidades sea El jardín de los suplicios, de Octave Mirbeau, en la que un exotismo pasado por sangre, vísceras, sudor y lujuria se rebela contra los convencionalismos de una decadente civilización europea de cuyo tedio e hipocresía urge huir. Contemporánea del caso Dreyfus, El jardín de los suplicios denuncia la impostura y la corrupción de los hombres de poder en Francia (Mirbeau dedica sarcásticamente su novela « a los sacerdotes, los soldados, los jueces y los hombres encargados de instruir y gobernar a los hombres» ), que representan la antítesis de esa China sin límites ni constricciones por cuyo libertino y sangriento "jardín de las delicias" paseamos atónitos en el último tercio del libro.
« En China, la vida es libre, feliz, total, sin contratos, sin prejuicios, sin leyes... al menos para nosotros no las hay... Libertad, sin más límites que los que cada cual se traza... No más amor que la variedad triunfante del deseo... Europa, con su civilización hipócrita y bárbara, representa la mentira... ¿Qué hacéis allí más que mentir, engañaros a vosotros mismos y engañar á los demás, faltar á todo lo que en el fondo de vuestro corazón reconocéis por verdadero?... Venís obligados á fingir un respeto exterior por personas, por instituciones que encontráis absurdas... Usted se halla torpemente atado á convencionalismos morales o sociales que usted desprecia, que condena, porque no tienen razón de ser... Esta contradicción permanente entre vuestras ideas, vuestros deseos y todas las formas muertas, todas las vanas apariencias de vuestra civilización, os entristece y os desespera. En este conflicto intolerable perdéis toda la alegría del vicio, toda sensación de personalidad...porque a cada minuto se detiene el libre desenvolvimiento de vuestras fuerzas... He ahí la llaga emponzoñada, mortal, del mundo civilizado... Entre nosotros no ocurre nada parecido... ya lo verá usted. »
« Advertí entonces que en la pared de la izquierda, enfrente de cada una de las celdas, había profundos nichos que contenían tablas pintadas y esculpidas donde se representaban con ese espeluznante realismo del extremo Oriente las diversas clases de tormentos usados en China: decapitaciones, estrangulaciones, descuartizamientos, invenciones infernales y precisas que llevan hasta un refinamiento desconocido en nuestras crueldades occidentales, poco numerosas y variadas, por cierto, el aire del suplicio. Museo del espanto y desesperación donde nada había olvidado la ferocidad humana y que, sin cesar, a todas las horas del día, recordaba a los presos por medio de fieles imágenes la bien meditada muerte que les reservaban sus verdugos.»
Como regalo, pongo también por aquí esta secuencia de la versión cinematográfica de El jardín de los suplicios, dirigida por Christian Gion en pleno boom setentero del cine erótico. Tiene poco que ver con la novela, pero quizá más de un pillín disfrutará con ella.
(Traducción de Enrique Díez Canedo)
Muy probablemente, la obra que mejor ilustre esa China virtual, inspiradora de los refinamientos más perversos y las más macabras voluptuosidades sea El jardín de los suplicios, de Octave Mirbeau, en la que un exotismo pasado por sangre, vísceras, sudor y lujuria se rebela contra los convencionalismos de una decadente civilización europea de cuyo tedio e hipocresía urge huir. Contemporánea del caso Dreyfus, El jardín de los suplicios denuncia la impostura y la corrupción de los hombres de poder en Francia (Mirbeau dedica sarcásticamente su novela « a los sacerdotes, los soldados, los jueces y los hombres encargados de instruir y gobernar a los hombres» ), que representan la antítesis de esa China sin límites ni constricciones por cuyo libertino y sangriento "jardín de las delicias" paseamos atónitos en el último tercio del libro.
« En China, la vida es libre, feliz, total, sin contratos, sin prejuicios, sin leyes... al menos para nosotros no las hay... Libertad, sin más límites que los que cada cual se traza... No más amor que la variedad triunfante del deseo... Europa, con su civilización hipócrita y bárbara, representa la mentira... ¿Qué hacéis allí más que mentir, engañaros a vosotros mismos y engañar á los demás, faltar á todo lo que en el fondo de vuestro corazón reconocéis por verdadero?... Venís obligados á fingir un respeto exterior por personas, por instituciones que encontráis absurdas... Usted se halla torpemente atado á convencionalismos morales o sociales que usted desprecia, que condena, porque no tienen razón de ser... Esta contradicción permanente entre vuestras ideas, vuestros deseos y todas las formas muertas, todas las vanas apariencias de vuestra civilización, os entristece y os desespera. En este conflicto intolerable perdéis toda la alegría del vicio, toda sensación de personalidad...porque a cada minuto se detiene el libre desenvolvimiento de vuestras fuerzas... He ahí la llaga emponzoñada, mortal, del mundo civilizado... Entre nosotros no ocurre nada parecido... ya lo verá usted. »
El descenso de un turbio francés y de una erotómana inglesa al exquisito infierno del jardín es un paseo desbocado por las pulsiones del sexo y de la muerte, un viaje convulso por los placeres de la autodestrucción que el Divino Marqués hubiera disfrutado. La editorial Impedimenta reeditó El jardín de los suplicios en el 2010. En la página EuskadiAsia -de la que me he traído tanto la anterior cita como la siguiente- podéis leer un artículo muy interesante dedicado a la China de Mirbeau.
![]() |
O. Mirbeau, El jardín de los suplicios, Impedimenta, Madrid, 2010 (Traducción: Lluís Maria Todó) |
Como regalo, pongo también por aquí esta secuencia de la versión cinematográfica de El jardín de los suplicios, dirigida por Christian Gion en pleno boom setentero del cine erótico. Tiene poco que ver con la novela, pero quizá más de un pillín disfrutará con ella.
El último texto de hoy es de Victor Hugo. A pesar de sus amores con Judith Gautier, no me consta que estuviera especialmente interesado en China. Sin embargo, en El hombre que ríe nos habla de los "comprachicos", una hermandad clandestina internacional especializada en robar niños a las familias más humildes para deformarlos y convertirlos en atracciones circenses o en bufones de la corte. Como era de esperar, los "comprachicos" más sofisticados son los chinos. El siguiente fragmento no tiene desperdicio:
![]() |
Victor Hugo, El hombre que ríe, Losada, Buenos Aires, 2009 (Traducción: Luis Echávarri) |
« Los comprachicos no sólo le quitaban al niño su rostro, sino también la memoria. Al menos se la quitaban todo lo que podían. El niño no tenía conciencia de la mutilación que había sufrido. Esa cirugía espantosa dejaba huella en su rostro, pero no en su mente. Lo más que podía recordar era que un día se habían apoderado de él unos hombres, luego se había dormido y a continuación lo habían curado. ¿Curado de qué? Lo ignoraba. De las quemaduras con azufre y las incisiones con hierro no se acordaba. Los comprachicos, durante la operación, adormecían al pequeño paciente por medio de un polvo estupefaciente considerado mágico y que suprimía el dolor. Ese polvo era conocido en China desde tiempo inmemorial y todavía se lo emplea en la actualidad. China tuvo antes que nosotros todos nuestros inventos: la imprenta, la artillería, la navegación aérea, el cloroformo. Sólo que el descubrimiento que en Europa adquiere inmediatamente vida y desarrollo y se convierte en prodigio de maravilla, en China sigue en estado de embrión y se conserva muerto. China es un bocal de fetos.
Puesto que estamos en China, quedémonos allí un momento más para hablar de un detalle. En todos los tiempos se ha practicado en China un refinamiento del arte y del ingenio que consiste en el amoldamiento del hombre vivo. Se toma un niño de dos o tres años, se lo mete en un jarrón de porcelana más o menos raro, sin tapa y sin fondo, para que sobresalgan la cabeza y los pies. Durante el día se mantiene ese jarrón en pie y por la noche se lo acuesta para que el niño pueda dormir. El niño crece así sin agrandarse y llena con su carne comprimida y sus huesos quebrados las abolladuras del jarrón. Este crecimiento embotellado dura muchos años. En un momento dado es irremediable. Cuando se juzga que el monstruo está ya hecho se rompe el jarrón, el niño sale de él y se tiene un hombre con la forma de una vasija. Eso es cómodo; de antemano se puede encargar un enano de la forma que se desee. »
Como colofón musical, era casi inevitable recurrir hoy a Debussy, cuyo padre, por cierto, regentó durante un tiempo una tienda de chinoiseries.
Hola Manuel, ¿cómo va? las dos primeras imágenes especialmente la relacionada a Octavio Paz están escritas en forma de caligrama, común en la época. Justo estaba buscando información sobre los caligramas en relación a la cultura china y en la poesía china, si me sabes mencionar alguno te agradezco.
ResponderEliminarTu mención de los discursos sobre China me hizo recordar el libro que estoy leyendo actualmente: Orientalismo de Said, en la introducción el menciona que parte de la crítica que se hizo en el orientalismo a esos modelos románticos y conveniente para el colonialismo partireron de hindólogos y sinólogos, con que sinólogo relacionarías vos esta critica?
Hola Alejandra, ¿cómo estás?Disculpa el retraso. Intentaré responderte aunque los temas que propones pueden dar para escribir muchas páginas.
ResponderEliminar1. Sinceramente, no tengo ninguna certeza con respecto a la influencia de la lengua china en los caligramas. Sé que han existido en muchas culturas y lenguas desde la antigüedad. Sí que me consta que el más famoso autor de caligramas, Apollinaire, estuvo muy interesado en la cultura china, así que es muy posible que sí exista esa influencia. Y quiza motivados por Apollinaire, escribieron caligramas muchos otros, como tu compatriota Oliverio Girondo, que tiene uno muy conocido con forma de persona. Lo que no conozco es ningún poema o texto escrito en una lengua occidental con forma de carácter chino. Sería interesante descubrirlo. Estamos en contacto y si hacemos algún hallazgo nos lo contamos.
2. El chino, en realidad, no ha necesitado en el arte y la poesía recurrir al caligrama porque ya tienen la caligrafía, que por definirla de una forma barata (que no nos oiga ningún chino) es ya un caligrama muy sofisticado y complejo. En China sí que vi, y puede que tú también, algunos anuncios publicitarios que jugaban con los caracteres chinos para crear una forma. Como curiosidad, he encontrado esto: http://www.drawingsonwriting.org/page36x.htm
3.La última pregunta es tan interesante que deberíamos escribir una tesis sobre ella. Además, ese tema me apasiona. Creo que hubo muchos occidentales que fueron a China sin un ánimo "orientalista" en el sentido de Said y con un verdadero deseo de conocer su cultura. No sé tu opinion. Yo creo que aunque muchas veces se les ha asociado con el colonialismo, los jesuitas (no todos, pero muchos de ellos) sintieron tal fascinación por la cultura china que aprendieron chino e intentaron empaparse tanto de su cultura que acabaron casi olvidándose de las razones evangelizadoras que les habían llevado hasta allá. Hablan chino, se visten como chinos, se ponen nombres chinos... Incluso en la disputa de los ritos se enfrentaron al Papa para defender su forma de actuar. Todo es discutible, pero para mí, jesuitas como Matteo Ricci son un ejemplo de diálogo entre culturas. Ya me gustaría que los hombres de negocios que van ahora a China tuvieran sólo una mínima parte del interés por conocer China que tuvieron tantos jesuitas. Y esto es muy largo, jajaja, continúo por e-mail ;-)